Vivien Leigh, nacida como Vivian Mary Hartley el 5 de noviembre de 1913 en Darjeeling, India, es una de las actrices más icónicas del siglo XX. Conocida por su belleza deslumbrante y su talento excepcional, Leigh dejó una marca indeleble en el mundo del cine y el teatro. Su carrera estuvo llena de éxitos notables, incluyendo dos premios Óscar por sus actuaciones en “Lo que el viento se llevó” y “Un tranvía llamado deseo”. Sin embargo, su vida también estuvo marcada por desafíos personales y problemas de salud que afectaron tanto su vida profesional como personal. A pesar de estos obstáculos, Vivien Leigh sigue siendo una figura admirada y recordada por su contribución al arte dramático.
Más de una vez hemos escuchado de historias difíciles en actores o actrices de la época dorada del cine. Pero no todos lograron lo que logró Vivien Leigh, una gran actriz de todos los tiempos a la que le llovieron los premios y con ellos la fama mundial. Pero el éxito no es suficiente para ocultar lo trágico de su historia. En un nuevo podcast de “Mujeres que inspiran” Julieta Prandi cuenta la vida de la mujer considerada “más bella de Hollywood”.
Aunque era británica, su inolvidable Escarlata O’Hara la hizo pasar a la Historia como la encarnación de la belleza trágica e impetuosa del sur de Estados Unidos, cualidades que también marcaron la vida real de Vivien Leigh.
Tan desafortunado como el destino de aquella heroína sureña fue el devenir de la actriz, varias veces sometida a tratamientos de electroshock por un trastorno de bipolaridad mal diagnosticado, y fallecida de tuberculosis con sólo 54 años, según cuenta José Madrid en la biografía “Vivien Leigh, la tragedia de Scarlett O’Hara”.
La obstinación y la rebeldía que también compartió con el personaje le ayudaron a conseguir ese papel, que descubrió a los 23 años cuando, guardando reposo tras un accidente de esquí, devoró el novelón de mil páginas de Margaret Mitchell que había revolucionado Estados Unidos aquel verano de 1936.
Cuando supo que, al otro lado del Atlántico, David O. Selznick buscaba poner rostro a la rica y caprichosa Scarlett en “Gone with the Wind” (1939), se buscó un agente en Estados Unidos y no paró hasta conseguir una cita con el gran productor, que ya había empezado el rodaje de su épico delirio.
Tan claro tenía la actriz que ella sería Scarlett, papel que le valió su primer Óscar, que al inicio de su aventura americana rechazó ponerse a las órdenes de Cecil B. de Mille en “Union Pacific” y un contrato con Paramount para cuatro películas, sólo para estar disponible.
El mismo empeño puso la joven y casada Leigh en perseguir a Laurence Olivier, convencida de que sería el gran amor de su vida.
También él estaba casado cuando la entonces prometedora actriz de teatro se presentó por sorpresa, simulando un encuentro casual, en el mismo hotel de Capri donde él pasaba unos días de vacaciones con su esposa.
Comenzó así una larga y no siempre fácil historia de amor, que se ensombrecería con el tiempo con infidelidades mutuas y que acabó por desmoronarse semanas después de que el sir de la escena británica le regalara un Rolls Royce azul por su 45 cumpleaños.
Carácter demostró también Leigh cuando en 1957 encabezó una protesta para salvar del derribo el Saint James Theater, por un proyecto para construir apartamentos, y hasta entró a gritos en la Cámara de los Lores, lo que llevó al mismísimo Winston Churchill a escribirle una carta admirando su coraje y desaprobando sus formas.
Pero no fue sólo el personaje de Scarlett el que guardó semejanzas con su vida. La desgarradora Blanche Dubois, sus polémicas tendencias sexuales y su desequilibrio mental en “A Streetcar Named Desire” (1951) de Elia Kazan fueron un oscuro presagio de sus días.
El gigoló y alcahuete Scotty Bowers cuenta en “Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood” que tanto Leigh como Olivier eran bisexuales y que ambos usaron sus servicios con frecuencia.
“Era caliente. Una mujer caliente. Muy sexual y muy excitable. Puesta en faena exigía una satisfacción plena y completa. Aquella noche follamos como si de ello dependiera la supervivencia del planeta”, escribe Bowers sobre la actriz.
Aquel papel en “A Streetcar Named Desire”, junto a Marlon Brando, le deparó su segundo Oscar, pero también agudizó sus crisis nerviosas hasta tal punto que en su siguiente rodaje, “Elefant Walk” (1954), acabó siendo sustituida por Elizabeth Taylor, tras varios ataques de histeria y olvidos del guión.
La filmografía completa de Vivien Leigh suma apenas una veintena de títulos, como “The Deep Blue Sea” (1955) o una “Ana Karenina” (1948) que tuvo peores críticas que la de Greta Garbo.
Y es que la intérprete de ojos verdes y vidriosos nunca abandonó el teatro, su pasión desde niña.
La recompensa le llegó, aunque tardía, en forma de un Tony a la mejor actriz por su actuación en el musical “Tovarich” (1963), pese a que su estado de salud era ya muy delicado y llegó a desvanecerse en el escenario.
Tras un sonado divorcio que fue asunto nacional, los últimos años de su vida los pasó junto al también actor John Merivale, sin perder nunca el contacto con quien fue su primer marido, Leigh Holman, y padre de su única hija, Suzanne.
Cien años después de su nacimiento en la India británica, el legado de Leigh permanece en forma de imborrables secuencias y frases que figuran entre las más míticas de la Historia del cine como “A Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre” o “Ya lo pensaré mañana. Después de todo, mañana será otro día”. Magdalena Tsanis
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