José Alfredo Jiménez, el legendario compositor de la música regional mexicana, no ocultaba su desdén por Vicente Fernández.

Pero esta animadversión no se originó en una simple competencia artística. Según se relata, el motivo principal era más personal: Fernández tenía la costumbre de coquetear con las mujeres de Jiménez, lo que desató una rivalidad marcada por tensiones amorosas y profesionales.

Desde el principio, José Alfredo ya era una figura consagrada en la música ranchera, con grandes éxitos interpretados por íconos como Pedro Infante y Jorge Negrete.

Mientras tanto, Vicente Fernández apenas comenzaba a forjar su carrera, buscando desesperadamente abrirse paso en el competitivo mundo de la música mexicana.

Vicente Fernandez le robó a Jose Alfredo Jimenez y Tuvieron Serios Problemas

El primer conflicto entre ambos ocurrió por Lucha Villa, musa de inspiración de Jiménez y una de las mujeres más codiciadas de la época.

Aunque mantenían una relación oculta debido a sus compromisos matrimoniales, Vicente intentó acercarse a ella, tanto profesional como sentimentalmente, lo que despertó la furia de José Alfredo.

A este desencuentro se sumaron otras tensiones, como la insistencia de Fernández en grabar y cantar con Lucha, algo que para Jiménez era inadmisible.

Además, José Alfredo consideraba que Vicente carecía del talento y la clase que distinguían a otros artistas de la época. Mientras que las canciones de Jiménez eran vistas como poesía pura, la música de Fernández era tildada de vulgar y arrabalera, hecha para cantinas y no para auditorios sofisticados.

Este desprecio era compartido por otros grandes artistas como Jorge Negrete, quien era reconocido por su elegancia y educación, atributos que, según los rumores, contrastaban profundamente con los de Fernández.

A pesar de estos conflictos, Vicente Fernández logró consolidarse como una de las máximas figuras de la música ranchera, aunque siempre quedó la sombra de la rivalidad con José Alfredo Jiménez, un hombre cuya grandeza en la música parecía no admitir rivales ni en el escenario ni en el corazón de sus musas.