Desde sus primeros días, John Lennon mostró signos de tener una vida poco convencional y turbulenta.

Nacido en medio de la Segunda Guerra Mundial en Liverpool, su infancia estuvo marcada por la ausencia de su padre, un marinero mercante que abandonó la familia cuando John era apenas un niño.

Criado por su tía Mimi después de que su madre Julia considerara que no podía cuidar de él, John desarrolló una relación muy cercana con su tía, aunque siempre sintió el peso de no haber crecido junto a sus padres.

La vida de Lennon continuó siendo agitada: su temperamento rebelde y su naturaleza creativa lo llevaron a problemas en la escuela. Expulsado del jardín de infantes por su comportamiento destructivo, su etapa en la escuela secundaria tampoco fue fácil.

Sin embargo, en medio de estos desafíos, su amor por la música empezó a emerger, influenciado en gran parte por su madre Julia, quien le enseñó a tocar el banjo y le mostró el rock and roll estadounidense.

En 1956, a los 15 años, formó su primera banda, The Quarrymen, un grupo que tocaba skiffle, un género con raíces en el jazz y el blues. Fue en una actuación de The Quarrymen en una fiesta de iglesia en 1957 cuando conoció a Paul McCartney, un encuentro que cambiaría la historia de la música.

A pesar de la apariencia rebelde de Lennon, McCartney vio en él un espíritu creativo y formaron un dúo musical que revolucionaría la industria. Su asociación, conocida como “Lennon-McCartney”, se convirtió en una de las colaboraciones más exitosas y perdurables del siglo XX.

La trágica muerte de su madre en 1958 en un accidente de tráfico marcó profundamente a John, quien canalizó su dolor a través de la música. Esta experiencia influyó en su arte, inspirando canciones como “Julia”. A lo largo de su vida, Lennon continuó buscando una identidad propia, convirtiéndose en un ícono de la contracultura y dejando un legado que aún resuena.