Corrían los años 40, en plena época de oro del cine mexicano, cuando una mujer de incomparable belleza y talento surgió en las pantallas y conquistó al público: Lilia Prado.
Nacida en Sahuayo, Michoacán, en 1928, su rostro y su figura comenzaron a ser reconocidos en una época donde las películas de rumberas dominaban la escena. La sensualidad y el carisma de Lilia destacaron de inmediato, y pronto fue elogiada tanto por el público como por la crítica. Salvador Novo, reconocido poeta y crítico, llegó a afirmar que Lilia Prado era una mujer de temperamento singular, dueña de un rostro expresivo y una simpatía que la hacían única. Su talento natural no competía con su belleza, sino que ambos se complementaban de una forma inigualable.
Lilia creció en una familia de hacendados, rodeada de las tradiciones artísticas de su tiempo. Su tío abuelo, Felipe Prado, lideraba una orquesta que amenizaba las fiestas de la época de Porfirio Díaz, y su abuela organizaba obras de teatro con fines benéficos. Desde pequeña, Lilia mostró un interés por el arte y la actuación, y aunque sus padres no estaban muy de acuerdo, su deseo de convertirse en actriz fue más fuerte. Durante un paseo por la Alameda Central de la Ciudad de México, fue descubierta por un grupo de productores cinematográficos que quedaron cautivados con su belleza. La joven provinciana llamaba la atención, y aunque al principio su familia se opuso a que Lilia entrara al mundo del cine, su madre finalmente convenció a su padre de que le permitiera probar suerte en ese medio, creyendo que su entusiasmo por la actuación sería pasajero.
Pero lejos de ser una fase momentánea, la pasión de Lilia por el cine solo creció. Comenzó a ser cortejada por numerosos pretendientes, entre ellos figuras como Pedro Infante, quien también quedaba fascinado por su presencia. Su escultural cuerpo y su talento para bailar ritmos tropicales la hicieron destacar en la Academia Cinematográfica. En sus inicios, participó en pequeños papeles, siendo seleccionada incluso para ser una de las “bellas nativas” en la película Tarzán y las sirenas, que se filmó en Acapulco. Pero Lilia quería demostrar que era más que una figura hermosa y luchó por conseguir roles donde pudiera demostrar su capacidad como actriz. Pronto llamó la atención de grandes directores como Alejandro Galindo, Joaquín Pardavé y, sobre todo, Luis Buñuel, quien la consagró como la musa de su cine en México.
Su debut en la pantalla grande fue en 1947, en un papel pequeño en la película La marca de oro, protagonizada por Pedro Infante. Poco tiempo después, obtuvo su primer protagónico en Confidencias de un ruletero, junto a Adalberto Martínez “Resortes”. Sin embargo, fue en 1951, con la película Subida al cielo de Buñuel, cuando alcanzó la fama y el reconocimiento internacional. Esta película fue presentada en el Festival de Cannes, lo que le permitió a Lilia viajar a Europa y conocer el cine internacional. Los productores italianos quedaron fascinados con ella y quisieron incluirla en sus producciones, pero Lilia se negó, temiendo alejarse de su familia en México. También rechazó ofertas de Hollywood debido a la barrera del idioma.
En su vida personal, Lilia no fue tan afortunada. Se casó una sola vez, con el torero Gabriel España, pero su matrimonio duró apenas dos meses. España deseaba que Lilia dejara el cine, algo a lo que ella no estaba dispuesta, pues el cine era su verdadera vocación. Tras este breve matrimonio, Lilia decidió no formalizar ninguna otra relación amorosa y dedicarse completamente a su carrera y al cuidado de su madre. Aunque recibía propuestas de empresarios y políticos, su amor por la actuación y su lealtad a su familia prevalecieron siempre.
Durante los años 50, la carrera de Lilia siguió en ascenso. Además de Subida al cielo, protagonizó otra película dirigida por Buñuel: La ilusión viaja en tranvía, una de las cintas más recordadas del cine mexicano. También compartió créditos con grandes actores de la época como Jorge Mistral, Armando Calvo y Luis Aguilar. Aunque no poseía una voz potente, incursionó en la música ranchera, deleitando al público con su presencia y carisma en el escenario.
Con los años, Lilia se adaptó a la evolución de la industria, participando en teatro y televisión en las décadas de los 60 y 70. Su gracia y sencillez la hacían una figura querida en los sets de filmación, y disfrutaba estar rodeada de amigos y compañeros de trabajo. Aunque su belleza seguía siendo admirada, Lilia se mantuvo alejada de los excesos de la fama, llevando una vida tranquila y viajando en sus últimos años.
Lilia Prado, quien filmó más de 100 películas, fue una de las mujeres más cautivadoras de su tiempo. Su recuerdo perdura en la memoria del cine mexicano y en los corazones de quienes tuvieron la oportunidad de conocer su talento y calidez. En 2006, Lilia Prado falleció a los 76 años, dejando un legado cinematográfico y un ejemplo de dedicación artística. Su elegancia, su alegría y su amor por el cine siguen vivos en la historia, y así concluye esta historia que comparto con ustedes, hasta la próxima, amigos.
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